Un sentimiento musical

Ah, cómo me enamora hasta recordar su sonrisa mientras toca la guitarra. Ama la música...

Hace un año, luego de graduarme del curso de inglés que estaba haciendo, descubrí que había algo que me llamaba la atención de gran manera: la música. ¿Y qué hice? Pues investigué por mí misma sobre escuelas de música a las que pudiera asistir en la tarde, luego de las clases de la escuela.

Le comenté mi interés por el piano a mis padres y juntos encontramos una escuela cerca de casa, perfecta —literal porque mi padre conoce al director y le ha dado una rebaja muy buena a los precios—, y “¡Al fin aprenderé mi amado piano, qué emoción!” era lo que pensaba mientras la fecha de inicio de las clases se acercaba. Hasta que llegó el día y bien temprano estuve a la puerta esperando a irme y cuando llegué fui de las primeras, recuerdo que la escuela estaba casi vacía y ni siquiera el maestro director había llegado y no lo hizo por algo ajeno a su voluntad.

Fue un día aburrido, aunque me senté frente al teclado por treinta minutos, con el profesor al lado enseñándome los primeros pasos y eso. Al pasar dos días, porque las clases eran dos veces a la semana, fue muy abrumador para mí porque no me gusta estar cerca de un montón de personas y vaya que había muchos niños y niñas, y parecía que los profesores se habían multiplicado. Pero fue un día mejor, más o menos, hasta que entró un chico que lucía más o menos de mi edad, sosteniendo una guitarra en una mano y con la otra echándose el pelo hacia atrás. Claro que me pareció lindo, ¡vamos, en el curso de inglés no había nadie así!

Al pasar el tiempo, meses y meses hasta el día del concierto —que es una gala donde nosotros, los estudiantes acompañados de los maestros, presentamos piezas musicales individuales ante nuestros padres y familiares, también como anunciamiento de nuestras vacaciones— pensé que él me gustaba; pero luego entendí que no era así. Lo entendí muy luego, este año cuando las clases empezaron otra vez y esta vez mi hermana menor se unió también a aprender guitarra —yo digo que es una copiona, porque justo cuando entro a tomar clases de música ella también; justo como con el inglés aunque ella es la tonta de la familia y no pasó—.

Entonces ella tomaba clases junto a él y a veces con él, porque aunque sólo tiene un año tocando guitarra al igual que yo el piano, es muy bueno, enserio muy bueno. Creo que el talento y pasión que noto en él con respecto a la música hizo que me atrajera más hasta el punto de que ahora, a regañadientes, reconozco que me gusta. Enserio me gusta. Sólo ha y sigue estudiando guitarra pero sabe algo de piano y eso me gusta, también canta y eso me gusta, aunque no lo he oído pero mi hermana me lo afirma (no para de contarme las maravillas que él hace que sólo hacen que me guste más, pero ella no lo hace a propósito porque no sabe nada de esto), habla inglés y eso me gusta, es inteligente y eso me gusta, su cabello es sexy y eso me gusta, es una persona callada y eso me gusta-no me gusta porque yo también lo soy, ¿y saben qué significa? Sí, ninguno ha hablado con el otro. Nunca.

Soy muy tímida, callada, reservada y si se trata de ir y hablarle lo soy aún más. No hemos hablado directamente durante estos dos años, ni siquiera el año pasado cuando compartimos las clases de lectura avanzada —nos adelantaron porque éramos muy buenos en inteligentes, aún lo somos—; definitivamente eran los mejores días para mí ya que existía la posibilidad de sentarme a su lado como en clases anteriores. Y ahora me pone muy nerviosa, demasiado. Justo ahora, en estos meses de mayo y el junio entrante hoy, todos en la escuela estamos ensayando para el concierto que se acerca y todos ensayamos juntos en una misma habitación, por turnos, y para la pieza que tocaré se ha decidido que el maestro de batería me acompañará entonces mi presentación será de las últimas; antes que la suya. Así que, cuando los niños más pequeños están comiendo la merienda, yo me quedó con los maestros de piano, batería y el director (que resulta ser el de guitarra) para practicar mi pieza y después de mí es su turno. Y él se queda allí sentado a mi lado observándome, enserio que me observa, y ha hecho que me equivoque muchas veces y que me sonroje a tal punto de parecer enferma con fiebre y alergia en todo el rostro. Dios, la adolescencia a veces es de lo peor enserio.

Estos últimos dos meses he notado algo que me ha vuelto loca. A veces, mientras están ensayando los niños que tocan flauta y todo el resto está ahí sentado esperando su turno o que le den permiso de merendar, lo miro de reojo y lo veo bostezar y vaya que se ve tierno, joder, y otras veces cuando alzo la vista para verlo él está mirándome y baja la vista rápidamente. Pero una vez sucedió lo mismo pero no agachó la cabeza e hicimos contacto visual por cinco segundos que me parecieron eternos, hasta que supe que estaba sonrojada y dejé de mirarlo. ¿Sabe que me gusta? ¿Acaso le estoy empezando a gustar o ya le gusto? En serio me gustaría que la respuesta de la segunda pregunta fuera un “Sí, por supuesto” de su parte. Ah, cómo me enamora hasta recordar su sonrisa mientras toca la guitarra. Ama la música, igual que yo, y eso me gusta mucho.

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