La mejor diversión

La prudencia indicaba que volviera con mi taza de café al fondo del jardín...

Esa tarde de sábado, me encontraba trabajando, aislado en una dependencia (quincho) ubicada bien al fondo del jardín, para dejarle a Fabiana, mi esposa, que recibía la visita de sus tres amigas, nuestra casa “despejada” para que pudiesen charlar sin cuidarse de oídos masculinos indiscretos.

Las cuatro se reunían una vez por mes, en forma rotativa, en la casa de cada una. Compinches desde la infancia, se habían desperdigado geográficamente por los matrimonios y actividad profesional: una en Buenos Aires, otra en La Plata, la tercera en Campana y Fabiana, conmigo, en el conurbano. Las citas recurrentes las mantenían unidas.

La tarde que da letra para este relato, trascurrida una hora larga de mi llegada al quincho, tuve deseo de tomar un café y me dispuse a prepararlo pero la cafetera eléctrica que tenemos allí no funcionó, por lo que decidí ir a la cocina para servirme una taza del que, con seguridad, habían preparado las chicas. Ya al aproximarme percibí las risas y la algarabía de las cuatro amigas. Al entrar a la cocina, desde el living me llegó la parte final de una frase en la voz de Olga:

-…… y estoy de acuerdo con Camila: no hay nada más divertido que un buen pene

– Sí, yo también doy fe, que nada puede compararse con una buena poronga, cuando de pasarla bien se trata. ¿Y vos Fabi que decís?- dijo sin eufemismos Marisa.
– Bueno…. para mí la mejor diversión es el hombre. Yo lo asimilo a un plato de comida muy difundido, todos lo identifican con el mismo nombre, pero al probarlo te das cuenta que hay varias formas de hacerlo y sazonarlo. El pene es ingrediente necesario y siempre, o casi, nos resulta agradable pero, yo disfruto plenamente y doy gracias de haber nacido mujer, sólo cuando el hombre que tengo encima mío es uno con toda la sazón.

Le escuché responder a Fabiana. La prudencia indicaba que volviera con mi taza de café al fondo del jardín, pero más pudieron la curiosidad y el morbo.

– ¡¡Uhaaauu!..¿y nos podes dar una pista de lo que llamás sazón masculina? ¿Juanca está bien condimentado?  ¿Te acostaste con algún desabrido?

– ¿Mi marido? ¡¡claro que sí: Juanca es un divino, sabe llevarme y tiene además el handicap de que lo amo!! Pero también la pasé bien con otros…no, con un desabrido-desabrido no…ni con un taxi-boy… me acostaría, por más que persevere no lograría calentarme… por eso te digo que el miembro no lo es todo,… conseguís distintos niveles placer de acuerdo a la manera que te llevan a abrir las piernas de par en par.

Lo que oí de Fabiana fue una revelación: tenía adornada la cabeza y nunca había percibido nada en mi esposa.

A ese punto me impuse a mi morbo y volví al quincho pero ya no pude hilar nada de provecho para mi trabajo. Lo intenté unos pocos minutos hasta que cedí a la impulsión de seguir enterándome de las intimidades que intercambiaban las mujeres en el living.

Para evitar un largo tendido de cable, había instalado un intercomunicador inalámbrico con uno de los extremos próximo a la puerta de calle, en el living, y el otro en el quincho. Tenía la finalidad de escuchar el timbre cuando estábamos en el fondo del jardín. Apreté el botón de encendido y me senté a escuchar, cuidando de no hacer ruido alguno para no delatarme. La conversación seguía sobre el mismo tema, pero ahora relataban eventos concretos. Al retomar la escucha después de Camila, que detalló una “trampa” con un compañero de facultad (ella es docente en La Plata), fue el turno de Fabiana:

– …¡cheee! Fabi decinos qué hace o hacen el o los chabones que te ponen a 1.000 y te hacen el amor como te gusta…..o, mejor, contamos una alucinante y otra maso – la invitó a la confidencia, Marisa.

– ¡tampoco crean que he tenido o tengo experiencias a pasto!! – protestó la aludida.
– ¿Cuántas “agachadas” te concediste? ¿Ehh? – quiso saber Camila.
– Bueno…fueron tres, me acosté con tres. Tres hombres aparte de Juanca…dos veces con el primero, una con el segundo y cinco con el tercero; todas en, más o menos un año. La última hace un mes y medio – hizo una pausa.

No hubo nuevas preguntas o acotaciones, por lo que comenzó con las precisiones.
– La primera vez, Ricardo, compañero de la clase de portugués, me invitó a salir….me gustó su gentileza, su simpatía….su forma de ser…su nivel de conversación…..y estaba muy bien….era un lindo…..con el correr de los días la verdad que no me disgustaba la propuesta pero, no me decidía. Nunca antes había roto el canon del matrimonio. Hasta que un día cedí al asedio y estuvimos juntos unas tres horas. Me supo llevar, con tacto, delicadeza y dulzura me hizo superar el embarazo y la vergüenza del estreno. Me excitó a tal punto que mi cachucha hervía, si demoraba un rato más, le hubiera suplicado que me penetrara. Cogimos largos y deliciosos minutos hasta que “exploté” en un orgasmo hermoso. Él también llegó al clímax y nos mantuvimos abrazados, acariciándonos y besándonos un rato largo. Nos higienizamos, conversamos y volvimos a hacer el amor por segunda vez ese día. Al volver a casa tenía sensaciones encontradas: apenada por la transgresión y contenta por las ternuras, los fuegos que había encontrado al atreverme a saltar la valla.

-¡no hace falta que lo aclares! Como lo contaste se ve que tocaste el cielo con las manos. ¿qué pasó que sólo te acostaste una vez más con él? – inquirió Marisa.
– Mira, la segunda vez fui, al mes siguiente y no sin antes mucho titubeo, con toda la expectativa pero fue la otra cara de la medalla, mal-mal no estuvo pero sentí como que él había venido por la hembra no por la mujer para amar. Terminé desilusionada y corté.
– ¿y con el otro que le diste bola una sola vez, como fue? – pregunto otra de las amigas.
– el segundo fue James, un sudafricano de una multinacional que tuve que frecuentar, durante algo así como dos meses, por un trabajo compartido de nuestras empresas. Un fiasco. Yo estaba bastante resentida con Juanca, casi no nos hablábamos; por dos semanas estuvimos peleados. El tipo detectó mi malestar, me “trabajó” la bronca con delicadeza y astucia y consiguió calentarme, pero en el hotel me duché primero y me senté en la cama a esperarlo; él salió del baño, con una toalla enrollada a la cintura y, prácticamente me hizo sentir como una gallina pisada por un gallo. Casi sin prolegómenos lo tuve encima. No me disgustó del todo su “asalto” pero fue casi mecánico, nada que valiese la pena repetir.
– El tercero tiene que haber sido “groso”, ¡uuhaaau!… Si con el tal Riky, que te encantó al principio, cortaste en la segunda vuelta, ¿qué nos contarás de este y de tus cinco salidas con él? – apuró Camila.
– ¡no les voy a relatar cada una de las veces que estuve con Marcelo!… La cosa comenzó con un comentario mío de dos palabras: ¨¡si llueve!”….veníamos viajando de ida al centro de la ciudad en la mismo charter, esas camionetas de unos 20 asientos (la Combi) a primera hora. Él subía después que yo, cruzábamos miradas pero si el asiento a mi lado estaba libre él no se sentaba conmigo. Nuestros destinos eran dos edificios prácticamente contiguos en la calle Perú casi esquina Belgrano, por lo que descendíamos en la misma esquina. Un día nublado, apenas bajamos de la combi, esperando que cambie el semáforo para cruzar, los dos miramos hacia el cielo. Sentí, en mi cara, unas gotas, lo miré y sonriendo le dije: “si llueve”. Se puso a la par y caminamos las cuatro cuadras charlando de cosas intrascendentes. Antes de dirigirnos cada uno a su oficina nos dijimos los nombres.
A partir del día siguiente, todos los viajes matinales de alrededor de una hora, los hicimos sentados juntos. Nos fuimos amigando (turbando) un poco más cada día. No era hermoso, era lindo, atlético y conversador ingenioso. Unos 45 días después del “si llueve” casi al final del viaje, me propuso: “qué te parece si hoy te invito a comer?” y tomó mi mano con la suya”.
– ¿y vos agarraste viaje de una o te hiciste rogar? – preguntó Olga.
– Yo me sorprendí reemplazando mentalmente, la m de “comer” por la g y mientras respondía “¡me encantaría!” le apreté la mano para reforzar mi predisposición. Sentí el estremecimiento del deseo.

– bueno, ahí le dejaste clarito que querías guerra – comentó otra.
– “¿nos encontramos a la una?” le pregunté “mejor a las dos y…si podes, nos tomamos la tarde libre así vamos a Puerto Madero sin la presión por el horario.” Me pasé la mañana pensando en la cita, dudando entre ir o no ir, me proponía ir pero no dejar que la cosa avanzara más allá de la mesa. Enseguida sentía que quería algo más y sin solución de continuidad me juraba que no acudiría al almuerzo. – siguió relatando Fabiana. No hubo comentarios por lo que continuó:
– Al final fui y cuando lo tuve enfrente supe que esa tarde me volteaba. Almorzamos frugalmente, fingiendo estar interesados en la comida, la bebida, la decoración, el movimiento de gente y en otros temas tan “interesantes” como esos. El juego que nos convocó al restaurante comenzó una vez que le pidió al mozo los cafés: “tomamos el café y nos vamos a un lugar más tranquilo” más que propuesta fue casi un anuncio.

El lugar tranquilo fue un hotel, cercano, a la salida del Puerto, en la calle Cochabamba.

En la habitación se me acercó lentamente, nos besamos por primera vez. Me recorrió una especie de corriente eléctrica por todo el cuerpo. Desprendió los botones de mi blusa mientras yo hacía lo propio con los de su camisa. Acaricié su torso desnudo, sus brazos, hombros, con las yemas de los dedos. Pude percibir cómo subía la temperatura de mi piel y la suya con las caricias. Creo que me mordía los labios y por momentos cerraba los ojos. Quería actuar con delicadeza, mostrarme como una mujer desenvuelta. Me abrazó y susurró a mi oído: “mirá lo que te traje”. Era un frasco de perfume renombrado. “te voy a sacar una a una las prendas y vos, te pones una gota en cada uno de tus siete orificios. Los voy a besar hasta agotarme”.

Estuvimos unos minutos uno aferrado al otro, besándonos, llenándonos de caricias… Me quitó, con delicadeza, falda, blusa y medias y dirigió su atención a mis pechos, no tardó en caer el corpiño, los acarició, reconoció su forma con los dedos y jugó con mis pezones excitados acariciándolos y besándolos. Cuando encaró mi bombacha ya estaba enardecido, me acarició la conchita y con voz enronquecida, atravesada, susurró: “¡qué delicia! Estas mojadita” Me empujó de espaldas sobre la cama, se puso el preservativo, trepó encima de mí, por instantes controló su urgencia acariciándome, susurrando palabras suaves y acalló mi protesta de: “no me puse el perfume”  con una mano o su boca sobre la mía “¡Shhh!, quietita….ya vas a tener oportunidad….”,

Creo que se proponía penetrarme con delicadeza, pero yo, ni bien sentí posicionada la punta de su miembro, empujé casi con desesperación hasta embutir toda su carne dura en mi cueva ardiente, estaba desenfrenada, anhelante, ávida del éxtasis de la piel junto a la piel, de los cuerpos sudorosos, enredados, casi salvajes…

– ¡Así amor!…¡Así!..- le repetía agitada.

Marcelo se abandonó completamente al disfrute, entrándome y saliendo, sin reprimir expresiones vocales por su goce. Me dio para que tenga. Yo entré como en un trance de placer hasta que sus movimientos, y con los suyos los míos, se aceleraron y creció su ímpetu, anticipando el clímax…Un “síiiii…” prolongado y un profundo suspiro me anunciaron que había acabado, apenas antes que yo. Lo besé, abracé con más fuerza mientras me atrapaba un orgasmo soberbio.  Acaricié su cabello largamente antes de separar nuestros cuerpos.

En esa nuestra primera tarde de pasión y en todos nuestros encuentros íntimos posteriores, Marcelo, a juzgar por el catálogo de gemidos y exclamaciones desplegado, compartió conmigo sensaciones ultraterrenas. –
– ¡Epaa!! Ahora te entendemos a lo que te referís por hombre sazonado. Con razón prolongaste tan buena diversión teniendo sexo con Marcelo otras veces. – dijo una de las chicas
– Pero ¿Qué pasó que dijiste que tu aventura se terminó hace un mes y medio? – indagó otra.

Fabiana, tardó unos largos segundos en responder. Pareció que buscaba las palabras adecuadas. Cuando las encontró reanudó su relato:

– ¡Chicas, les cuento!! , cuando no estaba atrapada en el remolino de pasión por Marcelo, sentía remordimiento y vergüenza por mi infidelidad, por mi turradas repetidas, calculen que tenía un par de horas de desenfreno y las restantes de la semana de desasosiego. Hasta que el viernes 20 de …..aprovechando que Juanca estaba de viaje,  pasé toda la noche en el hotel con Marcelo. A la mañana del sábado tomé conciencia plena de lo que me estaba ocurriendo. Como no me concibo compartida por dos hombres, supe que tenía que optar pero, al sólo pensar de separarme de Juanca, sentí el pecho oprimido como por una mano gigante. Lo amo, lo tengo metido en mi corazón y en la cabeza. Además el sexo con mi Juanca, un poco lavado o erosionado por la rutina, es un placer sin igual (hasta el orgasmo y los orgasmos suelen ser alucinantes, inenarrables.); renunciar a él es para mí un absurdo. A lo sumo podrá haber, si alguien me perturbase de nuevo hasta el punto de pensar pasar a la acción, una concesión a la demanda del cuerpo, pero nada recurrente. El viaje por la vida tiene para mí un solo compañero: Juanca.

A partir del lunes siguiente, cambié el horario: tomé la combi media hora más temprano para no encontrarme con Marcelo. El martes me esperó a la salida del medio día y le dije que había terminado con él. Costó persuadirlo que era en serio y definitivo. Varios otros días volvió a acercarse pero ya pertenece al pasado.

Hubo, de parte de las compañeras, repreguntas y algunas dudas, atendibles, sobre la irreversibilidad de la decisión. Al fin y al cabo, Fabiana, había cantado loas a su vivencia con el tipo de la combi.

Apagué el intercomunicador inalámbrico. Tenía sensaciones encontradas, agridulces: dulces por amar a Fabi y sentirme correspondido, agrias, amargas por sus transgresiones. Yo estoy convencido que los humanos no decidimos sentir algo por alguien, que el reclamo de la carne, es algo “que pasa” y  no algo que “se hace” y  que sería “contranatural” reprimirlo. Pero no es fácil digerir cuando uno se entera y con lujo de detalles,  que el ser amado, satisfizo sus instintos exacerbados con un tercero.

Como sea, esa noche, enardecido por la pasión y la bronca, tuve una erección que se me antojó fuera de lo común, descomunal y le hice el amor al borde del salvajismo. (¿lavado?..¿erosionado?…¡chupate esta mandarina!). Aun jadeante y mirándola fijamente, le largué:
– ¿Alguien, alguna vez, te hizo el amor más placentero que yo? –
En sus ojos creí ver reflejada su perplejidad e intriga (como si se preguntara ¿se habrá enterado de algo?):

– ¡Claro que no! – respondió lacónica y si agregar palabra, sólo un beso fugaz, se incorporó para ir a higienizarse.

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4 Comments

  1. says: Ciughelino

    Me encantó el relato y siento algo de envidia por Juanca.
    Los cuernos le duelen, obvio, pero que lindo es compartir la vida con alguien que realmente te quiere aunque, de vez en cuando, siente prurito por otro, en el entrepiernas.
    Claro que para eso, como en mi caso, no debes ser fanático de la exclusividad. En última instancia el/la amante ocasional no se queda con nada de tu mujer/hombre que sigue siendo la /el misma/o.
    Abrazo

  2. says: Zingaro

    Fabiana no tiene perdon….nadie que ame verdaderamente a su esposo puede revolcarse como un prostituta. Juanca es un gil que deberia haber echado a la calle a Fabiana en el acto….que gentes

  3. says: mariana

    Muchos, entre ellos el psiquiatra Peter Kramer (USA), aconsejan que seamos más flexibles cuando pensamos en el casamiento y permitir, lo que P. Kramer denomina temporary escapes (interpreten como quiera, yo lo interpreto como Fabiana y como Ciughelino).

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