La esquina de Minerva

Los ojos, las mejillas y los labios se miran mutuamente.

Minerva, en la madrugada del viernes alumbrada por una exigua luz, una joven de tez blanca, entretenida con el brillo del espejo y apartada del diario vivir, en tanto su tarea primaria: maquillarse. Como todas las mañanas ceremonialmente Minerva, antes de la jornada laboral rebuscó con sus manos tornadas de algarabía, en lo profundo de su bolso los polvos, las cremas, los lápices que escriben belleza y palabras en el contorno de sus ojos, en el rededor de sus labios, palabras que esconden el grito del día a día.

Se asomó al espejo para dibujar con sombras un rostro distinto, no maquillar la realidad, es una expresión artística de la mujer, invocando los mares, las nubes, los cielos, las estrellas, las aguas azules y los cuentos de hadas en los bosques de la infancia. Todo el instrumental: polvos, cremas, pinturas, lápices, brochas, delineadores, pintalabios, al unísono interpretan la melodía de la belleza.

Cual habilidad de los dedos tendió a lo largo de la faz el mágico polvo, e inicio a dibujar con fascinación emociones diversas, al acercarse al espejo replanteaba sus dibujos,  entonaba melodías al compás de la brocha, escribiendo en el pentagrama de sus mejillas con el rubor mezclado entre lo natural y el rojo porvenir, el lápiz navegaba entre los ojos, los párpados y las cejas trazando líneas divisorias para resaltar el café de sus ojos y resplandecer las cejas de su hermosa cabellera.

Trazó sobre los ojos unos contornos que con los rayos del sol coqueteaban, transformando por completo su amanecer a un día nuevo, ahora son los ojos de la vida que le parpadean en complicidad con el rojo de sus labios, que vigilantes auguran sonrisas.

Los ojos, las mejillas y los labios se miran mutuamente, ligeramente sonríen y difieren del dibujo, evitan las manos para que terminen los trazos, asoman nuevas formas en su piel reflejan pinturas paradisíacas, la piel de las mejillas asoman como las estrellas paso a paso, el ungüento de la ternura se expresa. Los labios susurraban un universo de gesticulaciones.

En su mundo, Minerva se consumía el tiempo, el movimiento de su rostro asentía la obra artística que sus manos dibujaron, ensayó frente al espejo miradas y sonrisas, plasmando en el amanecer toda la experiencia del nuevo día, repetía y repetía ante el espejo sonrisas y miradas, además la impresión de sus manos hicieron aplicarle crema, estando a dos pasos para culminar su obra perfecta que cada día se hace más perfecta.

La esencia del buen vivir como aroma para apelar a las miradas de los otros y colocar en su oídos dos prendas fantasiosas que terminan haciendo perfecta la obra.

 Demetrio Antonio Pérez Ordoñez

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