Desmemoria e infidelidad

Estuvimos, todo el tiempo, bajo una campana de cristal...

En otoño del hemisferio sur, del año 1975, partí para un largo viaje a la casa matriz de la empresa Olivetti, en la ciudad de Ivrea, en el norte de Italia.

Era mi segundo regreso a Europa en siete meses.

La estación templada y amena, con los árboles que habían perdido las hojas en el invierno ganando follaje nuevo, el césped creciendo y las flores abriéndose, eran una invitación, una provocación, una tentación, en los fines de semana libres, a haraganear por el panorama alpino que se desplegaba frente a mí, con solo asomarme a la ventana del hotel.

Pero privó la gana de visitar parientes y amigos, en la península.

En la tarde-noche del primer viernes en Italia, en auto alquilado, me dirigí por la Autopista del Sol a la ciudad de Perugia, donde nací, para reencontrarme con mi tía Irma, hermana de mi padre, su esposo Livio y otros ligados por lazos de consanguineidad y/o de amistad de mi infancia.

Ese sábado de tarde, después del almuerzo con los tíos, Fausto, Mario y yo, compinches de juegos desde los primeros pasos, nos juntamos en un bar del barrio, a compartir cerveza y vivencias pasadas y recientes.

De pronto llegó una joven que parecía conocerme desde siempre. Me trató afectuosamente, mencionó personas conocidas en común.

En mis ojos, percibió la nube que envolvía mi memoria y, ahí comentó burlona y divertida:

– ¡Eh!! Vos sabes quién soy yo. Como será que, más de una vez, dormimos juntos.

Los dos amigos rieron con ganas. Aún con esa íntima revelación, yo no tenía la menor idea de quién era ella, cosa que tuve que confesar, con incomodidad.

Ella, en cambio, no perdió la sonrisa, el espíritu deportivo, el fair-play:

– ¿Olvidaste los veranos en que Marisa me llevaba a tu departamento o Anna te llevaba a mi casa y de las veces que, agotados de jugar toda la tarde, nos dormíamos en la misma cama? –

Fue mi turno de reír:

¿Paola?…¡Paola Boccali!!! –

– ¡Por fin!!! Te acordaste de una amiga de la infancia, ¡Que no se diga!! ¡No se lo digan a nadie! Pensé que estabas en esa brumosa tierra de nadie que queda después de la tercera jarra de cerveza –

Me dio un sonoro beso en la mejilla, se sentó en la silla que le ofrecí, bebió un sorbo de cerveza de mi jarra y, en pocas palabras, indagó que estaba haciendo en el país después de dos décadas.
Le resumí, conciso, mi programa de trabajo y de breves visitas de fin de semana a los parientes y conocidos en la cuidad y en Roma.

Lejos de darse por satisfecha, sonriendo dijo que teníamos mucho que hablar, después de tanto tiempo, y:

Mira, Marisa y mamá saben que estás aquí y les gustaría volver a verte, saludarte y conversar con vos. Yo ni que hablar. Ni bien termines con este par de “plomos”, vení para casa ¿Si?. Te vamos a estar esperando –
Más plomo será tu padre… – retrucó, riendo,  Mario.
Se incorporó, sin esperar respuesta y salió del bar, en compañía de mi mirada de apreciación:
–     ¡Paola!!..¡No puedo creerlo!!..-
Te interesa la chica ¿ehhh? Bonita, pero tan extraña. Rara – dijo Mario.
¿Extraña? ¿Rara? ¿Por qué? –
No sé. Vive con el troglodita del marido, que sólo muestra interés por el fútbol y por coger allí y acullá, y ella no le mete los cuernos. –
¿Troglodita? ¡No exageres! –
No. No es un modo de decir, es, propiamente, un cavernícola. Babea. Si no corre atrás de una pelota corre atrás de cualquier pollera o, y no es insólito, paga por putas. –

Yo había ido a mi ciudad natal con el único fin de compartir unas horas con los parientes y amigos. ¿Qué fue suficiente para pulverizar ese propósito? Un par de detalles  pequeñísimos pero decisivos: una sonrisa y dos ojos.

Suspiré. Qué linda mujer, qué elegancia de modos, de gestos. ¿Qué la hacía tan atrayente? No, no era sólo su físico (rasgos delicados, cabellos rubios largos lacios, delgada –no esquelética- cola y lolas paraditas, piernas admirables) sino su donaire: su soltura y agilidad airosa de cuerpo para andar.

“¿Quién al encontrarse con una flor de esas,  no intentaría cortarla?”,  pensé.
Luego para los amigos: ¡Qué regalo para la vista, la piba! –

¡Seguro! No la reconociste porque de chiquita era flaquita y desgarbada. En pocos años ella creció todo de una vez, su cuerpo, senos, caderas, piernas se llenaron y, a partir de los catorce o quince los “vagos” comenzaron a “tirarle los perros”. – explicó Fausto.

Así fue. Hasta que un día, de eso hace siete u ocho años se casó con ese tipo, desagradable, de Perugia, y allá se fue a vivir. ¡Nadie podía creerlo!…… Hoy sí está en casa de los padres, con las crías, es porque el marido viajó otra vez, seguro. – agregó Mario

Transcurrida, aproximadamente, una hora más de conversación con los dos amigos, accioné el timbre del portón número 46 de la Via Volunnia, de la casa de dos plantas de los Boccali.

Las tres mujeres, Marisa, Paola y la madre Rina, me recibieron con un toque de ternura. Era una tarde gloriosa, sirvieron café en el jardín, indagaron, prudentes, sobre una cuantidad de temas: mi hermana Anna, mis padres, mi familia, lo que me parecía (experimentaba) al reencontrarme con los parientes, el barrio, la ciudad e Italia. Hablé largamente, había tanta paz en aquel césped y canteros bien tratados y bañados por el sol de mayo, el imán de la voz, del rostro y del cuerpo, de Paola me atraía en grado tal  y la charla era tan amable, que simplemente no tenía ganas de terminarla.

Experimentaba placer en compartir con las tres mujeres ese atardecer, las incontables tazas de café y una pocas copitas de “amaretto”. Tampoco ellas tenían prisa, ese día la cena  no era para hora fija, ni debían producirse para salida o compromiso social.  Los maridos habían viajado: el de Marisa a Francia por un problema de salud de su madre que vivía allá, el de Paola (en sus ojos percibí malestar y resentimiento por una ofensa o una fea pelea. El hombre no partió con la “bendición” de su mujer) había acompañado al club local de fútbol para un partido de fin de semana en Trieste, a casi mil kilómetros, y volvía la noche del día siguiente. El padre de las dos chicas estaba de cacería,  con amigos.
Cuando juzgué indecente permanecer en la casa, me erguí y me despedí. Paola se ofreció para acompañarme a la puerta. En el corredor ella se detuvo y, con sus ojos fijos en los míos, dijo súbitamente:

– Qué bueno que estés aquí, Carlo!! –
– Qué bueno estar nuevamente en tu compañía!! – respondí bajito.

La naturaleza humana no es moralmente binaria. Ni siquiera la división biológica está garantizada. Los científicos demoraron años en descubrirlo, pero ahora saben que hay cuerpos que son una mixtura de dos (femme+femme, homme+homme, femme+homme)  por un ménage à quatre entre células sexuales: dos óvulos y dos espermatozoides. Se denominan quimeras, (los griegos les decían así a una criatura, mitológica, formada con partes de diferentes animales).

Pensar un mundo moralmente peinado, alineado: en un lado los buenos en el otro los malos, con cara y ceca como una moneda, es irreal. La vida es despeinada. No estamos vacunados contra las impulsiones. No nacemos sin debilidades como pensaba Rousseau.

Que tengamos una idea del bien no significa que seamos siempre correctos, buenos.

Nos encontrábamos los dos muy próximos debido a lo estrecho del lugar. Se unieron las mejillas y también, levemente, los cuerpos en un abrazo. Mi mano pasó de acariciar su cabello, a darle palmaditas tiernas en la espalda y, empujada por el pasajero abandono a los instintos, hasta sus nalgas. Tuvo un sobresalto, pareció transformarse en gata bravía pero sólo me lanzó una mirada de reprobación. Fue un instante, enseguida suavizó la expresión del rostro:

No hagas eso Carlo, soy casada con hijos y vos estás casado con hijos. No caben esas cosas…-

¡Perdóname!…..Pero….escúchame Paola: mi espíritu anduvo inquieto, hoy a partir del momento en que nos vimos, en el bar. Ni hablar de lo cautivado que estoy en este instante, es devorante la sugestión interior que me genera tu presencia.

Mientras hablaba, jugamos a los ciclopes: ella dejó que, en cada uno, los dos ojos se fundiesen en un ojo único y que las bocas se acercaran hasta que nuestros labios estuviesen a milímetros, antes de girar la cabeza y recibir el beso, que tenía otro destino, en la mejilla.

– ¡Basta Carlo!!! Del modo que están yendo las cosas…. no sé dónde todo esto va a ir a parar –
– Sea lo que vos queres! Me quedo en el molde… – bajé los brazos y, encaré por otro flanco:
– Ahora  es tu turno de hacerme una visita a mi departamento. – le soplé en el oído.
– ¡No hables de eso!! La tierna edad ya fue para los dos. Ya no tenemos cinco años, ni diez, ni…..ni aún es verano.- replicó tirando su cabeza hacia atrás y fijando sus ojos en mis ojos.
– Son sólo veinte años más y, quién sabe, si la primavera no es tan buena como el verano para nuestros juegos. –

Después de una pausa:
– ¿Vos crees?… Dejá de jugar con fuego….. No va a dar para…..–

Coloqué el dedo índice sobre sus labios, a modo de impedirle la réplica:
Estoy convencido….Va a dar, da con certeza para unos minutos a solas sin artificio, sin disfrazar la naturaleza!….-

Y, sin intervalo, añadí:
–   Todas las cosas ocurren un número limitado de veces, en realidad muy pocas veces…¿Cuántas noches como esta quedan en el futuro para nosotros? ¡No dejemos que se pierda!!-
–   Después de cena, preparo cafecito y me quedo a esperarte….¿Sí?…¡Ah!! Y voy a encargar  una luna llena para vos. ¿Te imaginas la vista por la ventana de la sala?… además del murmullo de la galaxia de Andrómeda, del deslizar de los peces en el Tevere, vamos a oír susurros en la luna…….¡Chau! –

Juraría que ella besó mi dedo.

Por lo general uno se da cuenta cuando una mujer va a aceptarlo, o es probable que lo haga, no necesita el “sí” de ella.

En esa situación yo tenía algunas cuestiones que resolver.

Con el auto me fui en búsqueda de una farmacia, lejos del barrio. Mientras manejaba peleé con mi mundo interior: debía aquietar mi conciencia:
“…..no debería……por Mirtha… es una guachada…”
“…..pero ella…ella  tuvo su resbalón…su desliz…”
“…. tragué el sapo,….”
“….sé que la carne es débil…”
“….quien ama de verdad no conoce la palabra “acabó.”
“…..es parte tan profunda de mi ser que no me imagino sin ella…-“
“…..todo bien….pero no soy de fierro…”
“…..y la verdad tengo una sed abrasadora por Paola….- ”
“…..será engaño….cierto, pero no será otra cosa que dar, un poco más de vuelto….”
“…..con la misma moneda……sólo eso…”.

Compré preservativos y volví para casa. Enseguida fui a deshacer lo planeado con los amigos para esa noche, alegando disfunción estomacal por la repetidas jarras de cerveza, tazas de café y demás, para que ellos no se enteraran del, posible, encuentro con Paola.

¡Vaya a saber si me creyeron! Eso sí, actuaron como sí.

Todo quedó preparado. Después de cenar, los tíos,  ya ancianos, quedaron  agradecidos a mi “estado de fatiga provocado por el viaje” que les permitía acostarse temprano.

A eso de las nueve sonó el timbre y bajé los peldaños de la escalera. Marisa saludó con un gesto con la mano y desapareció, sin decir nada.

La ropa de Paola era sencilla, pero sugería que ella se había vestido con esmero y producido minuciosamente el rostro bonito, ahora levemente ruborizado por lo embarazoso de la circunstancia.

¡Hola! Linda
¡Hola!

La tomé de la mano, amagó resistirse a dejarse llevar. Entró, al fin, y cerré el portón:
– No estoy segura de haber hecho bien en venir. No es correcto…-
– ¡¡ shhh!!… No hablemos aquí; podemos despertar a los tíos……-

Subimos callados. Ella, como yo, había tenido su lucha interior; y, todavía la tenía.
Nerviosa, tensa, con una voz trémula y un hablar esquizofrénico que, a falta de sujeto lo reponía en cada paso, obsesivamente intentaba hacer claro o inteligible su estado de ansiedad:

Yo no debería estar ahora a solas con vos, Carlo…..sin embargo estoy. Yo, no debía venir… no. Cuando le comenté a Marisa de la locura que me propusiste, no me dijo: “vos no vas a ir” como yo esperaba, sino: “¡Qué bien!…” y yo: “Pero es una locura” y Marisa de nuevo: “tal vez sea una locura…pero uno de los ingredientes de la vida es una porción de descontrol, de no darle bola a la razón…¿Qué mal hay en unos minutos a solas?…. te cuido los chicos.” y yo, ya lo ves, no supe substraerme a las ganas estar más tiempo en tu compañía, y,…. aquí estoy.

¡Felizmente Paola!! Tranquila, no va suceder nada que vos no desees que acontezca –

Posición de vanguardia la de Marisa. Supongo que consiguió derrotar las dudas de la hermana, vaya uno a saber con cuáles otros argumentos… quizás en el comportamiento impropio del marido estuvo el sosiego de la conciencia de Paola para dejarse llevar.

Nos sentamos en el sofá, los dos juntos, con las tacitas de café caliente en las manos.

El lamento-confesión-disculpa de Paola daba para “entrar con los botines de punta” sin muchos preliminares, pero esa noche, como cada dos por tres me ocurre,  me volvió la tonta sensación de que nunca fuimos expulsados del Paraíso Terrenal, que todavía podemos tomar los frutos del árbol del bien, lo que es un burdo engaño del alma, ya que estamos hechos de fantasías pero también de barro.

Lo extraño es que, a veces, nuestra naturaleza de arcilla y sueños desencadena en nosotros lo imprevisto: el momento era para desenfreno de los instintos, daba para satisfacer la vana soberbia de macho sin dilaciones. A pesar de eso en el encuentro hubo música (del viejo toca-discos portátil de la tía Irma, romántica sin cura ni vacuna), cafecitos, recuerdos de aquello que vivimos en la niñez.

Vino después “lo que habría acontecido si….”, la realidad como jamás había sido, y experimentamos la nostalgia de las cosas que no vivimos, del ido amor mutuo que no sentimos, del fluir de los días, que no fluyeron, plenos,  juntos los dos  en ese pedazo perfecto del mundo de donde me arrancó el destino.

Estuvimos, todo el tiempo, bajo una campana de cristal, ignorando la realidad tal cual era, hablando sólo de nosotros dos.

Era ya casi domingo cuando la arcilla pidió su parte: ralearon las palabras, latieron los pechos, las miradas chocaron repletas de promesas silenciosas, se mezclaron los alientos, los labios fueron al encuentro de los labios, las manos, cada vez más osadas, recorrieron los cuerpos.

Gigliola Cinquetti cantaba en italiano “A Vie en Rose” desde un viejo elepé al lado del sofá, cuando le solté la blusa, la pollera y la enagua. Las ropas cayeron a los pies. Ella, con sólo sus dos prendas íntimas, me pareció…. Era, sin dudas, suntuosa.

No duraron mucho tiempo, en su lugar, las dos últimas piezas de su vestuario. Cada una de las mías, tampoco.

Su seno, libre del corpiño e inmune a la ley de gravedad, nubló mi mente de placer cuando mis dedos vagaron por él y juguetearon con los pezones erectos, mientras con delicadeza, la iba llevando, ella de espaldas, paso a paso hasta el dormitorio.

La antigua cama de nogal, de mis padres, desacostumbrada a la índole de las solicitaciones, acompañó con quejidos – un “frique…frique…frique..” de alguna unión floja- los gemidos, suspiros y frases truncas de Paola.

Éramos los dos atolondradamente jóvenes, presas de un torbellino de pasión, inundados por los sentidos, en esa nuestra primera comunión de cuerpos y almas de esa noche. Con su mano, ella, impidió, en dos o tres ocasiones, que su boca exteriorizase, a viva voz, el éxtasis que desde su entrepierna se adueñaba de todo su cuerpo, mente y espíritu.

Aplacado, momentáneamente por el epílogo, el hervor de las sangres, Paola se sinceró sobre su realidad actual, sobre su matrimonio que le perturbaba el ánimo y el equilibrio nervioso. Creo que, además de hacer catarsis quiso decirme que estaba ahí conmigo, no sólo por mí, ni por “loca de abajo”, sí por búsqueda de contención y por las ofensas y el menoscabo de su marido. No sé cuánto, con mis argumentos y consideraciones, conseguí aliviarle la pena y aflicción.

Las lágrimas cesaron y, poco a poco, se reavivaron las brasas que el sinceramiento de ella había cubierto de cenizas. Hubo una segunda y una tercera, y última, intromisión de mi carne dura en su intimidad fogosa, tan o más ardientes y placenteras que la inicial.

Al separarnos a minutos del amanecer, en el portón de su casa, ella dijo aquella frase que hombre alguno, en tiempo alguno, puede olvidar.

De vuelta al departamento, me sentí, simultáneamente, deslumbrado por la sublimación de los sentidos experimentada y un poco ruin por la transgresión, Por momentos no conseguí separar una cosa de la otra y la percepción era, levemente, agridulce.

Supe, – no de su boca porque no volví a verla ni durante ese viaje ni varios otros que le siguieron – con el correr de los años, que Paola abandonó el tipo de Perugia, que no la merecía y que se trasladó a Florencia,  donde convivía, al parecer contenta, con otro hombre.

Tal vez, de tanto en tanto, también ella, como yo, reinvente de esa noche de plenitud, que no debería haber acontecido, palabras, gestos, silencios, caricias, alientos, latidos, delirios.

Tal vez ella también hizo la tentativa de que el hechizo se convirtiese en palabras y advirtió, como yo, que las palabras casi nunca describen lo mejor de lo que nos sucede,  que lo mejor de lo que nos sucede no se escribe, se siente; se comparte, no se comunica; no se relata, se vive.

Aquella frase de despedida, ahora la recupero en el desván de mi desmemoria, sin que reste uno sólo de los sonidos de que se construía entonces, en el portón de su casa de soltera. Sólo las palabras.

PD: Pasaron 25 años. Quiso la casualidad que nuestros caminos se cruzasen nuevamente. Volver a ver a Paola fue un placer anímico, casi una inyección intravenosa en el alma y, a despecho de los años transcurridos, estético también.

Ella volvió a invitarme al número 46 de Via Volunnia para conversar con ella y Marisa.
¿Y tu mamá?- indagué.
Mamá, por los años, sólo muy de vez en cuando, se sitúa en la realidad – avisó.
Las tres mujeres, ya viudas, no tenían hora fija para cenar. Fue placentero compartir con ellas el atardecer sin apuros, algunas tazas de café y copitas  de “vino santo”.
Era oscuro cuando me erguí, no acepté la invitación para cenar, alegando compromiso con mis tíos y otros parientes, y me despedí.
Rina, la madre de ambas, más para allá que para acá, estaba contando historias del difunto por décima vez sólo esa tarde.

Paola se ofreció para acompañarme a la puerta. En el corredor se detuvo y, con sus ojos fijos en los míos, murmuró:
– ¡Qué bueno que estuviste, de nuevo, aquí, Carlo!!…-
Nuestros cuerpos se unieron en un abrazo, afectuoso y aséptico. Ella susurró, como en secreto:
– Destino injusto el nuestro: compartimos buena parte de los primeros 10 años de nuestras vidas y sólo dos encuentros fugaces en casi cinco décadas. ….-
-¿No te parece que es poco… demasiado poco, para nosotros?…. –

Por la comisura de sus párpados entreví un brillo de lágrimas. Apoyó, levemente, sus labios en los míos y agregó:
– Buscame cuando vuelvas a Perugia… Juralo…¿Sí?…. Así tendré algo más tuyo…. –
¿Había margen para algo más? No lo sé, nunca lo sabré. Lo cierto es que me volvió la tonta sensación de que nunca fuimos expulsados del Paraíso Terrenal.
–   No lo dudes….- respondí y salí a la noche fría y con nevisca, de fin de noviembre de 1995.

¿Tendremos alguna otra oportunidad de contemplar, juntos, la luna llena en primavera, y escuchar el deslizar de los peces en el Tevere? – pensé.

No sentí frío, sólo una sensación de pérdida indeterminada.

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8 Comments

    1. says: Carlos

      Hola Laila,
      En primer término me “encantó” que te gustara el relato.
      Debo, respetuosamente, decirte que estás equivocada en pensar que es una copia de algo escrito por otro. Es una vivencia real y el relato se ajusta a lo efectivamente sucedido. Me emociono cada vez que me vuelve a la mente.
      Soy un lector empedernido – lo soy desde la infancia – por lo tanto no descarto que algunos párrafos estén influenciados por algún (os) autor(es) mucho más ducho(s) que yo con la “pluma” pero el contenido es, como decimos en el Río de la Plata “la pura verdad”.
      Cordial saludo
      Carlos

      (en realidad soy Juan Carlos = “Giancarlo” pero, desde mi madre, desde siempre, me llamaron Carlo, los italianos, Carlos los hispanos.

  1. says: ERICA

    Hola Carlos me fascino tu historia, en verdad hubiese tenido la oportunidad de ver auque sea por ultima vez al amor de mi vida, tu historia es parecida a la mia, pero mi novio murio hace dos años a la edad de 26 años y en verdad en soñaba con llegar a viejos los dos amandonos con la misma intensidad como el primer día que nos vimos.

  2. says: Onironauta

    Gracias por el relato. Me siento tan identificado por estos días en que volví a besar a la mujer que mi corazón siempre extraña a pesar de estar casado y con un hijo maravilloso. Cada vez que me toca dejarla duele más, sólo me alivia la presunción de volver a estar con ella…

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