Conocerse en cualquier sitio

El ritual de los martes se repetía semana tras semana y fuimos añadiendo, también, visitas a la habitación de mi abuela.

La historia que quiero contar es la de cómo conocí a mi chica, ya que siempre he pensado que es una forma un poco diferente de conocerse…

Marta y yo nos conocimos en una residencia de ancianos. Y no no somos viejitos viviendo un amor maduro, somos una pareja joven que “simplemente” se encontró en un lugar no muy habitual. De todos modos, e incluso antes de esto, siempre he pensado que puedes conocer a alguien especial donde menos te lo esperas, como es este caso…

Marta visitaba los martes a su abuela que vivía en la residencia, la misma residencia en la que yo tenía también a la mía. Yo nunca la había visto hasta ese día en el que coincidimos en el ascensor. Me sorprendió porque además de ser muy guapa nunca la había visto y tampoco era muy habitual ver a gente joven por ahí…

Nos saludamos sin más y subimos cada uno a su planta a visitar a nuestras respectivas abuelas. Me encantó Marta desde el principio, en ese momento no sabía si la volvería a ver, ni que iba todos los martes, ni nada de nada sobre ella. Así que la cosa quedó ahí. Pasaron varias semanas hasta que volví a verla, un martes, en el ascensor. Esta vez me puse bastante nervioso y quería decirle algo, pero no sabía cómo romper el hielo. Al final le pregunté lo más obvio: ¿Qué, de visita? Mierda, pensé, qué original… Ella sonrío resulta y respondió: ¿Tan mayor me ves para dudar de si vivo aquí? Nos reímos y de repente me relajé. Llegamos a su planta y me dijo adiós. Y muy hábil ella dijo bajito: hasta el martes. Que luego al tiempo me contó que lo dijo con toda la intención, jajajaja…

Al martes siguiente fui súper preparado para verla y hablar con ella. Y ahí estaba, a la misma hora de siempre, guapa como nunca. Casi nos reímos al vernos, y esta vez tuve tiempo para proponerle quedar para tomar algo después. Ella, toda chula (es que la hubiera matado!!) me dijo que no y que si quería el martes que viene podía acompañarla en la visita a su abuela.

Flipé en colores pero acepté, y al martes siguiente, cuando nos encontramos en el ascensor, la acompañé a la habitación de su abuela. Ahí pasamos una tarde estupenda, una abuela encantadora y ella divertidísima, alegre, optimista y llena de energía. Marta me encantaba cada día más.

El ritual de los martes se repetía semana tras semana y fuimos añadiendo, también, visitas a la habitación de mi abuela. Ya sé que suena raro, era raro!! Era super raro pero creo que por eso fue precisamente tan bonito.

Bueno, resumiendo para que no os aburráis, al final, después de estar así bastante tiempo, quedamos un día fuera de la residencia. Me moría de ganas de abrazarla y es lo primero que hice cuando nos encontramos en la puerta de aquel bar. Ella me miró y me besó, y desde entonces no nos hemos separado. Es la persona que me alegra cada día, es vital y pícara, nuestras abuelas se han hecho amigas en la residencia y ahora todos los martes merendamos los cuatro juntos.

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