Un amor fuera de lo común

Era correspondencia intercambiada por una pareja de enamorados...

En las postrimerías de un invierno de la primera mitad de los años 90 encontré, mezclado en un fárrago de viejos papeles, un paquete de cartas con los sobres amarillentos.
Leídas, apenas, unas pocos fases de la más antigua en orden cronológico, supe que las recorrería todas, sin saltar ninguna. Era correspondencia intercambiada por una pareja de enamorados. Corrijo: en rigor era sólo la mitad de las cartas: las de él para ella.

El joven, inquieto y resoluto, con escasos 20 años dejó el suelo natal, en Italia central, en búsqueda de una “posición”. Anduvo unos siete años hasta que, en una de las ciudades en que hizo una pausa en su deambular, conoció a una joven nueve años más joven que él.

Se enamoraron. Pero el joven no detuvo su andar de un lugar a otro, en pos de lo que aspiraba, y recurrieron al correo. La correspondencia comenzó teñida de tristeza por las ausencias: las cartas de él (en realidad fueron las únicas que encontré, ya que las de la joven se perdieron y solamente se percibían, con claridad, en las respuestas que yo podía leer) tenían una frecuencia casi cotidiana, hacían mención a una fábrica de motocicletas y estaban datadas en una ciudad de la región norte, un bache de algunos días, y reanudaron hablando de la felicidad de un reencuentro pasajero y de fabricación y ensayo de un avión, llevaban sello postal de una ciudad del sur de la península, luego de un nuevo período en blanco, otras que se referían a una empresa de máquinas para obras viales y provenían de las islas,

Pero ninguna contenía lamentaciones.

En lo que escribía la parejita señoreaba un conmovedor trazo de esperanza que sólo una fuerte dosis de ternura, mezclada con una proporción justa de pasión, es capaz de inspirar.
Se casaron un día de la segunda mitad de los años 30 y el torrente postal quedó interrumpido. ¿Habían terminado las tristezas por las separaciones y vivieron felices para siempre?

¡NO!

Fechadas en África, una segunda sucesión de cartas hablaba de nuevas esperanzas. Las tristezas del hombre eran ahora por dos ausencias: tenían una nena: Anna. En breve, prometía él por escrito, se reunirían los tres para nunca más separarse. La casa que los albergaría en Somalia estaba en la etapa de las terminaciones interiores.

Sin embargo, el paquete de cartas aun no leídas por mí era frondoso.

La anunciada reunión tuvo lugar para la celebración de las Fiestas de Fin de Año, no en África sino en Roma, pero no fue para no volver a separarse. Ya en las primeras cartas del año siguiente a las ausencias se había sumado la angustia: soplaban vientos de guerra. La conclusión lógica fue que era inimaginable que la joven se reuniese con su marido, visto que él, explicaba con reiteración, residía y tenía propiedades en uno de los lugares que, en breve, sería escenario, inevitable, de enfrentamientos bélicos en el continente negro. De ningún modo estando la joven embarazada.

La correspondencia restante carecía de continuidad o regularidad. Luego de una carta que hablaba de fuerzas enemigas que entraban en territorio propio, de la decisión de alistarse como voluntario y de la partida para trabar combate, el sello postal “Poste Italiane” fue substituido por “U.K. Mail” y, en el papel contenido en los sobres, la escritura era interrumpida por multiplicidad de franjas de tinta negra de la censura impuesta a los prisioneros de guerra.

Sin embargo, la censura no conseguía destruir ese toque conmovedor  de esperanza y de generosa dosis de ternura que se percibía en grado tal que hacía recordar la escritura de los tiempos del noviazgo.

La joven era mi madre. El joven, sin reposo, era mi padre.

Tal vez las dos mejores cosas de la herencia que, ambos, me legaron son:

La convicción de ser hijo de un gran amor que venció a las adversidades y  a las tristezas y
En las dos mitades de mi sangre, una porción de la sensibilidad y la perseverancia sentimental de ellos.

Con ese aprovisionamiento atravesé el pasado satisfecho de lo que fui vivo el ahora con momentos únicos cada día y aguardo la incierta jornada del mañana, sin dudar de que aún no me ha acontecido todo lo “lindo” que me tiene que suceder.

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1 Comment

  1. says: naiara

    es una historia linda pero aburrida y muy corta;
    tiene que ser con mas acción y mas romanticismo. De acuerdo a las cartas a la parte interrumpida tenes que imaginar lo que sucedió durante ese periodo.
    tal-vez la pareja tuvo una intimada, palabras mas importantes, peleas o nose tiempo en ellos que ellos se extrañaban mas que nunca, a lo que me refiero es que mi opinión es esta le falta un poquito mas de imaginación por eso te e aconsejado sobre mas o menos lo que le falta a esta historia Espero que de estos consejos te sirva un poco ……. saludos melany 🙂

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